Del ciberacoso a menores y los delitos en la Red: todo se investiga y se rastrea

Como muchos de vosotros sabéis, durante los últimos meses tanto mi compañero Josep Albors como Fernando de la Cuadra y servidora estamos participando en diferentes iniciativas de formación para adolescentes, padres y profesores en un uso saludable de las nuevas tecnologías. Los chavales, nativos digitales, han nacido con un ordenador debajo del brazo, y el smartphone es su mejor compañero. A esta generación, como podéis imaginar, no puedes empezar por contarles qué es un virus…, para empezar, porque ya lo saben, pero también porque ese problema para este colectivo se queda realmente corto.

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Hoy en día las principales preocupaciones de padres y profesores se centran en otros asuntos mucho más graves, que no dependen de la tecnología en sí, sino del uso que los adolescentes hacen de ella: el ciberacoso y la privacidad. Lamentablemente, cada vez son más las noticias que podemos ver en los telediarios sobre casos de distribución de material sensible relativo a los menores por parte de otros compañeros de clase, que quizá de forma inocente lo hacen como un juego, o de mayores que actúan bajo una falsa sensación de irresponsabilidad.

Un juego que muchas veces puede convertirse en más que peligroso si miramos a Estados Unidos o a Canadá, donde tenemos que lamentar algunos suicidios por este motivo. Y Estados Unidos nos lleva una delantera tecnológica de unos cinco años…, así que ojalá no sea este nuestro futuro, pero el camino lo llevamos. Solo tenemos que leer, con los pelos de punta, casos como el de Amanda Todd en Canadá, Tyler Clementi en Nueva Jersey, Megan Taylor de Misuri, Jamey Rodemeyer de Buffalo (Nueva York) y Ryan Patrick de Nueva York. Excepto en un par de casos, en el resto fueron los propios compañeros de clase los que llevaron a cabo el ciberacoso.

El acoso escolar no es un problema nuevo, ni mucho menos. Lo hemos sufrido muchos de nosotros cuando éramos pequeños, y muchas veces con una charla de los padres en el centro se arreglaba, o con cambiarse de colegio. Pero ahora, las nuevas tecnologías posibilitan que el problema continúe, incluso aunque la familia se mude de ciudad, como hemos podido ver en muchos de los casos anteriormente mencionados.

Y en el caso de las nuevas tecnologías el drama es doble: por un lado, para el o la acosada y su familia, que en muchas ocasiones puede tener un final trágico; y por otro lado, para el acosador o los acosadores, porque todo delito deja su rastro en la Red.

En una de las mesas redondas en las que estuve y que tuve el placer de compartir con la Policía Nacional y con un despacho de abogados especializados en delitos telemáticos, la mayoría de las preguntas de los chavales (preguntas todas de chicos, por cierto) se referían a si las autoridades eran capaces o no de seguir el rastro de alguien en la Red, o de averiguar el origen de una foto publicada o de un vídeo, o de saber si una dirección de email falsa podía asociarse de alguna manera a su autor…

Sinceramente, las preguntas me sorprendieron mucho. La mesa redonda era en una Universidad, con un auditorio lleno de chavales con edades comprendidas entre los 18 y los 23 años (no tan adolescentes ya). Y me sorprendieron por la simple razón de que estaban más preocupados en saber qué se investigaba y cómo que en el daño personal o a la privacidad que pudieran estar cometiendo. No digo que estos chavales hubieran hecho algo…, pero desde luego, era mucha casualidad que todos preguntaran en la misma dirección.

Y es que en materia de investigación, hoy en día tienen mucha fuerza las pruebas periciales telemáticas, y tanto o más peso que las pruebas físicas de un delito. Todavía recuerdo algunas sentencias de hace unos cuantos años en las que no se admitían a trámite como prueba los emails, por ejemplo, y ahora solo tenemos que seguir un poco el caso Urdangarín y los correos de Diego Torres para darnos cuenta de cómo ha cambiado la Justicia. Y no es el único caso…

El 81% de los abogados matrimoniales en Estados Unidos busca pruebas para los juicios de divorcio en las redes sociales. Se acaba de publicar: según la Academia Americana de Abogados Matrimonialistas, el 81 por ciento de sus miembros acuden a Facebook y a otras redes sociales a buscar evidencias para sus casos de divorcio y las utilizan en los juicios, sobre todo en aquellos donde se pretende probar una infidelidad para favorecer a una o a otra parte. Porque, según el mismo estudio, uno de cada cinco adultos utilizan las redes sociales para flirtear, o dejan evidencias de temas controvertidos, relaciones con las drogas u otros asuntos que pueden ser utilizados en un juicio.

Estos días, todos los que hemos seguido los atentados de Boston, hemos visto cómo la policía ha sido capaz de trazar un perfil de los dos responsables a través de lo que habían dicho en sus redes sociales, por no recordar el caso de la matanza de Suecia, donde el responsable casi dejó un tratado escrito a través de su blog. De forma consciente o no, todos nosotros dejamos muchas evidencias de nosotros mismos, de nuestros sentimientos, intenciones y decisiones a través de las redes sociales. Datos que en caso de problema, puede ser perfectamente recopilados, analizados y utilizados como pruebas de delito.

Siempre digo que nuestro sistema educativo cojea de muchas cosas, pero una muy evidente es la falta de formación y de concienciación sobre el comportamiento humano y el daño que podemos llegar a hacer a terceras personas, la mayoría de las veces sin motivo ni razón. No nos enseñan a gestionar nuestras emociones y sentimientos ni a controlar nuestros impulsos, y eso nos lleva a que muchas veces seamos el origen o partes activas de campañas personales contra alguien que quizá no sepa cómo defenderse, o a quién acudir, o cómo hacer frente a tanto odio. Ahora, las nuevas tecnologías propician, bajo la falsa sensación de anonimato, que estas acciones se amplifiquen, permanezcan en el tiempo y hagan todavía más daño.

El otro día, tras la charla en un instituto de un compañero sobre estos asuntos, una chica se echó a llorar y confesó a su profesora que estaba siendo acosada, y que no había dicho nada porque tenía miedo y porque no sabía a quién acudir. Ahora el caso está en manos de las autoridades, que cumplirán diligentemente con su trabajo, y que probablemente darán con los instigadores del acoso. Y si con esta charla hemos evitado que esta chica tenga un final más dramático, habremos dado por bien empleado nuestro tiempo y esfuerzo.

Porque, en definitivas cuentas, es nuestra responsabilidad y la de nuestra sociedad: proteger a nuestros menores y enseñarles que la broma que gastábamos en el patio hace 40 años y a la que nadie le daba importancia, hoy es un delito, y que a través de la Red, todo se amplifica y hace más daño, pero también se sigue, se investiga y se descubre.

Yolanda Ruiz Hervás

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